3.3.09

Suspensa

Durante dos años aprendí a no perder. Un simple movimiento hacia atrás del cuello es suficiente para no olvidar, no repetir, no caer. Ideas claras, mensajes concisos: mantenerse, quererse, no hablar demasiado. Pensar, reflexionar antes de actuar. Avanzar siempre atada a la cuerda que está atada a la ventana de mi cuarto atado al suelo. No hacer. No empezar o abandonar deprisa, calculando los metros ganados en cada negativa.

Llegué a formular teorías, algunas de gran importancia, las cuales elogiaban mis profesores. Ellos, sin duda sabios, a veces no hacían sino confundirme con sus lecciones metafóricas, sombrías en unos casos, y extremadamente liberadoras en otros.

“Anda, no te dejes de llevar por una palabra, un no se qué, y todo por nada. Anda, no te dejes de arrastrar otra vez por esa negra marea” decían los Mártires, mientras Martirio apuntaba “dejarse llevar, dejarse llevar, que el cuerpo no tiene la culpa de ná”.

Por el miedo a morir o padecer en defensa de la causa, me acogí al más cínico sofismo creyendo sólo lo que el ejemplo me ha enseñado. Y así fui pasando las pruebas hasta ser la mejor en esto del vacío.

Ahora apareces de repente, como una anotación a pie de página, una nueva lección creada para reformar el pensamiento más allá de la mera teoría y de las experiencias escogidas de manera selectiva para ilustrar el convencimiento de lo no empírico.

Desconozco el tipo de letra en el que imprimes tus caricias, me gusta, pero me cuesta mirar de cerca ese corazón en mayúsculas, rojo, punta roma.

Es inútil medir la distancia a la que me acerco o la fuerza con la que mis manos cogen las tuyas hoy. Es demasiado fácil llegar a quererte. Así que, como una vegetariana convertida al chopper, me rindo. Tengo preparadas las gafas progresivas y un puñado de bolígrafos de colores. Enséñame a leerte.

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